OPININ
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La necesidad de divulgar, la forma de hacerlo y los contenidos de esa divulgacin son tres cuestiones importantes que Alberto Ferrús aborda con elegancia y fi na irona. Como l dice, y dice bien, las razones para la divulgacin son muchas, y la lista no se acaba en las que propone, pero malo sera que una sola no bastase. Sin embargo, a pesar de la abundancia de motivos no parece que los cientfi cos seamos demasiado afi cionados al sano ejercicio de la divulgacin. ¿Por falta de sensibilidad social? ¿Por incapacidad? ¿Por carencia de virtudes expositivas? Como Ferrús tambin sugiere, explicar algo con claridad no es tarea sencilla, el ego es más daino que el tabaco, y no siempre se sabe de lo que se habla.

DIVULGA, QUE ALGO QUEDA. Alberto Ferrús

El 7 de Septiembre de 1558, bajo el reinado de Felipe II, se publicaba una pragmática por la que se prohiba la importacin de libros extranjeros en todos los dominios de su cristiana Majestad. Durante los siguientes trescientos aos puede decirse que Espaa fue un territorio poco propicio para el cultivo de las ciencias naturales, especialmente en todo aquello que poda hacer referencia a la condicin humana. Es cierto que fueron muchas y muy profesionales las expediciones de naturalistas al Nuevo Mundo y que su labor recopiladora fue inestimable. Con todo, el foco de atencin fue siempre el de la búsqueda de plantas y minerales de posible utilidad práctica para organizar su explotacin. Para detectar las causas de los procesos naturales era preciso haber tenido una educacin muy diferente de la ofrecida por un sistema que primaba la fe ante la duda. Resulta difcil de entender porqu no hay una sola ley o principio en cualquier ciencia natural que lleve el nombre de un sabio espaol, un pueblo que mantuvo el mayor Imperio de la Historia durante tres siglos.

Para entender eso y muchas cosas más es preciso recordar que hasta 1794 estuvo vigente en Espaa el brazo armado del fundamentalismo catlico, el Tribunal de la Santa Inquisicin. El siglo XIX represent una refrescante brisa de innovacin y es aqu cuando fl oreci la más signifi cada contribucin espaola a la ciencia: Santiago Ramn y Cajal. Cabra esperar que la talla de sus aportaciones y la singularidad del hecho hubieran convertido su caso en el más detallado y ampliamente conocido por, al menos, todos los escolares del pas. La realidad, sin embargo, es muy diferente. Ni siquiera existe un Museo con su nombre y los pocos ciudadanos, profesionales de la ciencia incluidos, que identifi can su nombre difcilmente conocen algunas de las muchas aportaciones intelectuales que hizo más allá del neuronismo. Es cierto que tras su muerte en 1934, el pas entr en un sombro perodo de cuarenta aos, en el que los Torquemada de la poca, con otros uniformes, pero con el mismo cerebro, dominaron la vida y la obra de los espaoles en su totalidad. No obstante, han pasado ya una buena veintena de aos desde la salida del túnel y es hora de plantear seriamente una solucin al problema de la difusin de la ciencia en Espaa.

Esta breve introduccin histrica es necesaria porque, de la misma forma que “nada en biologa tiene sentido si no es desde el punto de vista evolutivo”, tambin es cierto que ningún proyecto social tiene sentido si no incluye su contexto histrico. Conscientes de ese pasado, cabe ahora hacerse algunas preguntas básicas.

¿Por qu divulgar?

Las razones son múltiples y todas de tal importancia que no pueden ordenarse jerárquicamente. Para empezar, porque es la sociedad la que sostiene el coste de la investigacin. Actualmente, las instituciones públicas en cualquier pas son las que aportan el volumen más grande de conocimientos nuevos. Es una regla de elemental transparencia administrativa informar al ciudadano sobre el uso que se hace de sus impuestos. Otra razn de peso es porque es necesario no olvidar. Todo progreso en el conocimiento descansa necesariamente en el trabajo anterior. Puede parecer trivial que el conocimiento logrado se mantiene de forma que la sociedad siempre progresa. La Historia, sin embargo, demuestra que esa suposicin es errnea. Como ejemplo de que el retroceso es posible, permtaseme evocar la sensacin de incredulidad al escuchar al Rector de una universidad de Shangai durante una conferencia en el Instituto Tecnolgico de California en 1979 al describir cmo su equipo de tcnicos haba aprendido de nuevo la tcnica de la centrifugacin. Slo al completar el relato con su experiencia personal como genetista qued evidente la razn del retroceso en el conocimiento. La Revolucin Cultural haba borrado, manu militari, todo conocimiento sobre tcnicas burguesas, enviado a los genetistas a los campos de algodn para apreciar el trabajo manual, buscar estirpes coloreadas de forma natural, etc., etc. No es que slo sea posible el retroceso, sino que la estupidez humana no conoce lmites ni fronteras.

Otra razn de peso para divulgar es la de que el conocimiento hace libre a la persona. La historia de la Humanidad está repleta de ejemplos en los que la sociedad ha tomado decisiones contraproducentes para ella misma al dejarse guiar por interpretaciones mágicas de los fenmenos naturales en lugar de atender a la luz de la razn. Muchos enfermos de epilepsia fueron pasto de hoguera bajo la acusacin de posesin diablica pero, aún hoy, en África, los familiares de esos pacientes acuden con más probabilidad a un brujo que a un hospital. No es necesario abundar en el hecho de que el conocimiento no está homogneamente distribuido a pesar de los cantos de sirena sobre la globalizacin y la instantaneidad de las comunicaciones modernas. Hay más razones para divulgar, pero si ninguna de las anteriores parece suficiente por s sola resulta inútil proseguir la relacin.

¿Cmo divulgar?

Con frecuencia he odo quejarse a colegas de profesin sobre la amarga experiencia de transmitir a un periodista los descubrimientos propios o ajenos. “Tengo pánico a los periodistas porque lo tergiversan todo y acaban diciendo barbaridades” es la frase habitual en esas quejas. El problema es que cuando los periodistas piden al cientfico que escriba su propio texto, la actitud sigue siendo negativa en muchos casos. Cabe pues preguntarse ¿no será que uno tiene miedo a tener que explicarse ante el público general? Ciertamente no es fácil divulgar. Ejercer la enseanza ayuda, sin embargo, no suele ser suficiente. Hay que hacer algunos ejercicios preparatorios entre los que cabe mencionar: 1) Saber realmente de qu se habla. Ilustres maestros han dicho en repetidas ocasiones que no es posible ensear (o explicar) aquello que no se conoce. El refranero popular es aún más gráfico: “Antes se coge a un mentiroso que a un cojo”. 2) Dejar a un lado el ego. En este concepto queda incluido el vocabulario iniciático y la motivacin por destacar. Por mucho que nuestros colegas se rasguen las vestiduras, una cefalea es un dolor de cabeza y la diferencia entre usar un trmino u otro para una audiencia general es la que hay entre ser escuchado o ignorado. Puede decirse que no hay concepto que no pueda ser explicado en trminos comunes. 3) Ajustarse estrictamente a los hechos sobre los que se quiere divulgar. Esto es preciso, no solamente por relatar slo la verdad, sino porque en el proceso de modificacin del vocabulario para hacerse comprensible es muy fácil deslizarse a terrenos totalmente ajenos y, en ciertas ocasiones, inducir al oyente a generalizaciones extravagantes. Conviene recordar que la audiencia general no es estúpida y, si detecta una conclusin absurda en lo que oye, juzgará el mensaje y al mensajero de la misma forma. Por último, 4) siempre ayuda demostrar cierta pasin en lo que se cuenta. Puede que la audiencia no comprenda todo lo que oye, pero s sabe detectar en muy pocos minutos si el relator se cree lo que dice o no.

¿Qu divulgar?

Esta pregunta es particularmente relevante para los organizadores de actividades divulgativas. Con harta frecuencia suele orse el decisivo argumento: “este tema es de actualidad y seguro que atrae a una gran audiencia”. Lo que en realidad sucede es que el referido tema ha sido tratado en los medios de comunicacin recientemente y el organizador del acto conoce a alguien que puede hablar de eso con lo que espera llenar la sala. Esta forma de actuar puede salir bien (en trminos de tamao de la audiencia) o no. Hay un procedimiento mucho más fiable y simple: escuchar lo que la audiencia quiere preguntar. El xito de un acto no se mide por el número de asistentes, sino por el grado de satisfaccin de los mismos al salir. Tanto en los actos de divulgacin como en las sesiones de enseanza en todas sus modalidades, el componente más importante, por sus efectos, es el turno de preguntas. Despus de todo: ¿no es mediante preguntas como organizamos nuestra actividad investigadora? La respuesta debera ser unánimemente s. Si no lo es, hay motivo para revisar nuestra propia profesin.

Los efectos de la divulgacin

Hay varios patrones con los que medir esos efectos, pero quizás el más importante es precisamente uno que no es cuantificable: el grado de libertad que adquiere la audiencia. Aún cuando el conocimiento difundido obligue a formarse una idea pesimista sobre un determinado aspecto de la vida, es evidente que el conocimiento proporciona libertad. No es casual que la prioridad por excelencia de todos los regmenes dictatoriales es controlar la difusin del conocimiento y la informacin. No hay mejor forma de obtener un pueblo obediente que forjar un pueblo ignorante. Este asunto debe servir de llamada de atencin a quienes deseen probar la práctica de la divulgacin.

Llegados a cierto punto o tratándose de ciertos temas, no cabe esperar demasiada colaboracin de organizaciones y poderes públicos en general. Hay entidades que actúan como celosos guardianes del pensamiento único sobre ciertos aspectos del conocimiento. Entidades que, en el pasado, quemaban a los disidentes y hoy dificultan de cualquier modo posible, especialmente la asfixia econmica, los intentos de difundir, debatir, ensear y estudiar libremente, siguen vigentes y llegan a dictar el contenido de los programas de enseanza, supervisar el nombre de un rector, sancionar las prioridades de investigacin, etc. Estos ejemplos no son del pasado ni de un solo pas. Han sido seleccionados dos casos de pases del llamado Primer Mundo: los estados del MidWest en USA y el estado federal de Baviera en Alemania. Si hubiramos de describir la situacin de varios pases de Iberoamrica, el área islámica o el Mediterráneo, la situacin es aún peor. He aqu algunos temas que inquietan particularmente a los cancerberos de la ortodoxia, especialmente cuando se hacen relativos a la condicin humana: fundamentos de la consciencia, percepcin sensorial, patrones de conducta, relacin mente-cerebro, origen del lenguaje, bases neurales del libre albedro, etc.

Tras estas reflexiones sobre la divulgacin del conocimiento puede uno preguntarse si es una tarea que merezca el esfuerzo. La respuesta ha de ser personal, pero, a modo de reflexin final, quizás sera bueno responder a esta pregunta: ¿qu sentido tiene la existencia individual si no es en funcin de la de los demás?

Alberto Ferrús
Instituto Cajal. CSIC. Madrid (Miembro de la Alianza Dana para la Difusin de los Estudios sobre el Cerebro).
E-mail: aferrus@cajal.csic.es


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