FISIOLOGÍA. Boletn de la SECF. Vol 6,nº1. Febrero 2003

Libros  
Untitled Document I of the Vortex. From Neurons to Self. Rodolfo R. Llinás. The MIT Press, Cambridge, Massachusetts, 2001.

DE LO PLANO A LO VOLUMINOSO


Las flechas de don Santiago.
Como parte destacable de su legado, Ramón y Cajal nos dejó magníficas ilustraciones de la estructura de los distintos elementos neuronales que componen el sistema nervioso de los vertebrados y también de sus conexiones, es decir, de su organización en forma de circuitos. Un detalle aparentemente sin mayor importancia en los dibujos de Ramón y Cajal es que, al lado de los circuitos nerviosos, aparecen estiladas flechas (no observables de seguro en las preparaciones histológicas) que indican el flujo de la información neuronal, de acuerdo con su principio de "polarización dinámica". Se admite que las neuronas reciben información por las dendritas, desde las que se transmite al soma y de éste al axón, por el que dicha información se transfiere al elemento neuronal siguiente.
Esta visión histológico-funcional del sistema nervioso en dos dimensiones ha dominado la Neurociencia del pasado siglo. Tan es así, que los dos o tres principios básicos en los que se sustentan las concepciones oficiales acerca del funcionamiento del sistema nervioso son explicables en ese marco conceptual. Por ejemplo, si aprendemos es porque los contactos sinápticos entre neuronas contiguas se modifican al aprender, lo aprendido se almacena en el interior neuronal (o en el interior de determinados centros nerviosos), el flujo de información nerviosa pasa de elemento neuronal a elemento neuronal como si se tratase de meras estaciones de relevo, etc. La complejidad se alcanza bien con muchos elementos (el cerebro es complejo porque tiene muchas neuronas) o bien porque los elementos están altamente interconectados (cada neurona tiene miles de contactos con las demás). Ramón y Cajal era histólogo y estudiaba el sistema nervioso en pequeñas rodajas de tejido fijado. Aún así tuvo la intuición genial (suficiente para conformar la imaginación de todos los neurocientíficos subsiguientes por casi una centuria) de suponer un orden funcional en los circuitos nerviosos. ¿Cuál debió ser el paso siguiente, que nadie ha dado hasta el momento?

¿Para qué sirven los neurofisiólogos?
Dice Rodolfo Llinás en este asendereado libro que la mente, o el estado mental, no es más que uno de los diferentes estados funcionales globales que pueden ser generados por el cerebro. Podemos estar despiertos y conscientes (para leer estas líneas hace falta estar en ese estado), pero también podríamos estar durmiendo en sueño de ondas lentas, soñando o, incluso, alucinando. Habría que añadir aquí que soñar y alucinar son también estados funcionales del cerebro, cuando se pierde el marco de referencia del mundo exterior, es decir, cuando el cerebro imagina el mundo, sin comprobarlo. Percibir es, pues, comparar, pensar es predecir, aprender es, en esencia, reconocer (we basically learn what, at some level, we already know). El término clave para el neurofisiólogo es el de estado funcional, el cual sólo se alcanza en un cerebro en condiciones fisiológicas, ya sea pensando, corriendo, durmiendo o soñando. Si a los 30 segundos de comenzado el concierto hacemos una fotografía de la orquesta y analizamos cuidadosamente la posición de los brazos, la insuflación de los mofletes, la altura de la batuta, ¿podremos reconocer tras arduo esfuerzo que se trata del primer movimiento de la 4ª sinfonía de Bramhs? Lo fundamental del proceso fisiológico es que ocurre en volumen y a lo largo del tiempo. Si el número de neuronas y de sus conexiones es confusamente elevado, ¿cuántos estados funcionales serían posibles? Si lee este libro, el autor seguro le convence de que los cerebros del que habla francés y del que habla español tal vez no son tan distintos como la dominante teoría (¿leyenda urbana?) de la plasticidad neuronal le haría suponer. Es posible que la diferencia esté en que funcionan de manera ligeramente distinta.

Las bases del lenguaje neuronal.
Se colige que los estados funcionales se alcanzan por la interacción de las actividades de todas las neuronas participantes. Las neuronas producen potenciales de acción que envían de unas a otras, pero (como ocurre con los seres humanos) comunicarse no es entenderse. Las neuronas que se entienden entre sí lo hacen porque hablan un lenguaje común y dialogan en momentos determinados, los que corresponden a cada estado funcional. El substrato que Llinás propone para hacer posible ese diálogo inteligible se basa en una propiedad de los elementos celulares del tejido nervioso, los cuales son capaces de generar oscilaciones en sus biopotenciales de manera activa y de forma característica e individualizada para cada tipo neuronal. Así, el cerebro ya no es complejo por tener muchos elementos, sino porque cada tipo de ellos (las neuronas de la oliva inferior, las células de Purkinje, las neuronas talámicas de relevo, las motoneuronas) hace un trabajo esencial y característico para el conjunto, amén de ser capaces de entenderse con los demás.
Una idea muy querida por el autor es que la aparición de los cerebros va ligada a la capacidad de moverse en un espacio tridimensional, con rapidez y precisión. El comportamiento motor es el fruto de la actividad de un cerebro diseñado para generar movimiento, en exacto manejo de la información sensorio-motora disponible. Aprender a andar, nadar o volar es un largo proceso evolutivo que requiere en el recién nacido de cada especie una breve adecuación durante una ventana temporal crítica. El margen que nos queda para aprender otras cosas es más bien estrecho y traumático, como bien saben los que, además de aprender a andar, quieren hacerse maestros en el manejo de un piano.
La actividad mental sería un caso particular, adquirido también a lo largo de la evolución y que permite grados distintos de complejidad de la actividad motora. Pensar es moverse en un interior adimensional, en el que se desplazan conceptos, en vez de paquetes. Los etimólogos estarán contentos con esta propuesta (bellamente argumentada en el libro), ya que palabras como pensamiento, pesadumbre, pesadilla y pesado proceden todas de una raíz latina común. El título de una novela de renombre (La insoportable levedad del ser) nos recuerda que pensamiento y comportamiento comparten en cierto modo dificultades, sorpresas y beneficios. Ambos son fruto de un mismo generador de estados funcionales.
Este libro es un paseo intelectual imprescindible para todos los neurocientíficos que quieran entrar en el siglo XXI con buen pie y acertada actitud mental. A fin de cuentas, el viaje más largo e interesante que se puede emprender es el que lleva a nuestro propio cerebro.

José M. Delgado-García
Universidad Pablo de Olavide
Sevilla
jmdelgar@dex.upo.es

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