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I of the Vortex. From Neurons to
Self. Rodolfo R. Llinás. The MIT Press, Cambridge, Massachusetts, 2001.
DE LO PLANO A LO VOLUMINOSO
Las flechas de don Santiago.
Como parte destacable de su legado, Ramón y Cajal nos dejó magníficas
ilustraciones de la estructura de los distintos elementos neuronales que componen
el sistema nervioso de los vertebrados y también de sus conexiones, es
decir, de su organización en forma de circuitos. Un detalle aparentemente
sin mayor importancia en los dibujos de Ramón y Cajal es que, al lado
de los circuitos nerviosos, aparecen estiladas flechas (no observables de seguro
en las preparaciones histológicas) que indican el flujo de la información
neuronal, de acuerdo con su principio de "polarización dinámica".
Se admite que las neuronas reciben información por las dendritas, desde
las que se transmite al soma y de éste al axón, por el que dicha
información se transfiere al elemento neuronal siguiente.
Esta visión histológico-funcional del sistema nervioso en dos
dimensiones ha dominado la Neurociencia del pasado siglo. Tan es así,
que los dos o tres principios básicos en los que se sustentan las concepciones
oficiales acerca del funcionamiento del sistema nervioso son explicables en
ese marco conceptual. Por ejemplo, si aprendemos es porque los contactos sinápticos
entre neuronas contiguas se modifican al aprender, lo aprendido se almacena
en el interior neuronal (o en el interior de determinados centros nerviosos),
el flujo de información nerviosa pasa de elemento neuronal a elemento
neuronal como si se tratase de meras estaciones de relevo, etc. La complejidad
se alcanza bien con muchos elementos (el cerebro es complejo porque tiene muchas
neuronas) o bien porque los elementos están altamente interconectados
(cada neurona tiene miles de contactos con las demás). Ramón y
Cajal era histólogo y estudiaba el sistema nervioso en pequeñas
rodajas de tejido fijado. Aún así tuvo la intuición genial
(suficiente para conformar la imaginación de todos los neurocientíficos
subsiguientes por casi una centuria) de suponer un orden funcional en los circuitos
nerviosos. ¿Cuál debió ser el paso siguiente, que nadie
ha dado hasta el momento?
¿Para qué sirven
los neurofisiólogos?
Dice Rodolfo Llinás en este asendereado libro que la mente, o el estado
mental, no es más que uno de los diferentes estados funcionales globales
que pueden ser generados por el cerebro. Podemos estar despiertos y conscientes
(para leer estas líneas hace falta estar en ese estado), pero también
podríamos estar durmiendo en sueño de ondas lentas, soñando
o, incluso, alucinando. Habría que añadir aquí que soñar
y alucinar son también estados funcionales del cerebro, cuando se pierde
el marco de referencia del mundo exterior, es decir, cuando el cerebro imagina
el mundo, sin comprobarlo. Percibir es, pues, comparar, pensar es predecir,
aprender es, en esencia, reconocer (we basically learn what, at some level,
we already know). El término clave para el neurofisiólogo es el
de estado funcional, el cual sólo se alcanza en un cerebro en condiciones
fisiológicas, ya sea pensando, corriendo, durmiendo o soñando.
Si a los 30 segundos de comenzado el concierto hacemos una fotografía
de la orquesta y analizamos cuidadosamente la posición de los brazos,
la insuflación de los mofletes, la altura de la batuta, ¿podremos
reconocer tras arduo esfuerzo que se trata del primer movimiento de la 4ª
sinfonía de Bramhs? Lo fundamental del proceso fisiológico es
que ocurre en volumen y a lo largo del tiempo. Si el número de neuronas
y de sus conexiones es confusamente elevado, ¿cuántos estados
funcionales serían posibles? Si lee este libro, el autor seguro le convence
de que los cerebros del que habla francés y del que habla español
tal vez no son tan distintos como la dominante teoría (¿leyenda
urbana?) de la plasticidad neuronal le haría suponer. Es posible que
la diferencia esté en que funcionan de manera ligeramente distinta.
Las bases del lenguaje neuronal.
Se colige que los estados funcionales se alcanzan por la interacción
de las actividades de todas las neuronas participantes. Las neuronas producen
potenciales de acción que envían de unas a otras, pero (como ocurre
con los seres humanos) comunicarse no es entenderse. Las neuronas que se entienden
entre sí lo hacen porque hablan un lenguaje común y dialogan en
momentos determinados, los que corresponden a cada estado funcional. El substrato
que Llinás propone para hacer posible ese diálogo inteligible
se basa en una propiedad de los elementos celulares del tejido nervioso, los
cuales son capaces de generar oscilaciones en sus biopotenciales de manera activa
y de forma característica e individualizada para cada tipo neuronal.
Así, el cerebro ya no es complejo por tener muchos elementos, sino porque
cada tipo de ellos (las neuronas de la oliva inferior, las células de
Purkinje, las neuronas talámicas de relevo, las motoneuronas) hace un
trabajo esencial y característico para el conjunto, amén de ser
capaces de entenderse con los demás.
Una idea muy querida por el autor es que la aparición de los cerebros
va ligada a la capacidad de moverse en un espacio tridimensional, con rapidez
y precisión. El comportamiento motor es el fruto de la actividad de un
cerebro diseñado para generar movimiento, en exacto manejo de la información
sensorio-motora disponible. Aprender a andar, nadar o volar es un largo proceso
evolutivo que requiere en el recién nacido de cada especie una breve
adecuación durante una ventana temporal crítica. El margen que
nos queda para aprender otras cosas es más bien estrecho y traumático,
como bien saben los que, además de aprender a andar, quieren hacerse
maestros en el manejo de un piano.
La actividad mental sería un caso particular, adquirido también
a lo largo de la evolución y que permite grados distintos de complejidad
de la actividad motora. Pensar es moverse en un interior adimensional, en el
que se desplazan conceptos, en vez de paquetes. Los etimólogos estarán
contentos con esta propuesta (bellamente argumentada en el libro), ya que palabras
como pensamiento, pesadumbre, pesadilla y pesado proceden todas de una raíz
latina común. El título de una novela de renombre (La insoportable
levedad del ser) nos recuerda que pensamiento y comportamiento comparten en
cierto modo dificultades, sorpresas y beneficios. Ambos son fruto de un mismo
generador de estados funcionales.
Este libro es un paseo intelectual imprescindible para todos los neurocientíficos
que quieran entrar en el siglo XXI con buen pie y acertada actitud mental. A
fin de cuentas, el viaje más largo e interesante que se puede emprender
es el que lleva a nuestro propio cerebro.
José M. Delgado-García
Universidad Pablo de Olavide
Sevilla
jmdelgar@dex.upo.es
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