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EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD
Francisco J. Rubia
El tema de la voluntad o "libre
albedrío" movió en la filosofía innumerables consideraciones
y opiniones. En el marco dualista, cartesiano, no supone ningún problema,
pues una de las potencias del alma es precisamente la voluntad; al ser el alma
inmaterial, no hay por qué buscarla en el cerebro. Pero para los no-dualistas,
convencidos de que las facultades mentales, "anímicas", no
son otra cosa que el resultado de la función cerebral, sí que
debería ser un problema saber qué es eso del libre albedrío,
expresado en términos neurofisiológicos. Por definición,
libre albedrío significa que el "yo" (otro término confuso
e inasible desde la neurofisiología) es libre de tomar decisiones y,
por tanto, es el que decide nuestros actos. Tenemos, además, la subjetiva
impresión de que somos libres para decidir cuándo, por ejemplo,
vamos a mover una extremidad.
Pero esta impresión subjetiva puede faltar, como ocurre en el "síndrome
de la mano extraña", en el que el paciente siente que su mano se
mueve de forma autónoma, como si tuviese una mente propia.
En la hipnosis también se da una separación entre el acto motor
realizado y la impresión subjetiva de voluntad, porque cuando el hipnotizador
le sugiere que mueva un brazo al sujeto en cuestión, éste no tiene
la impresión subjetiva de estarlo moviendo.
Por otro lado, la intención de mover una extremidad puede crear la experiencia
subjetiva de voluntad consciente sin ningún tipo de acción, como
suele ocurrir en pacientes con un miembro fantasma.
Estos ejemplos, y muchos otros, nos llevan a la conclusión de que la
experiencia subjetiva de la voluntad puede surgir independientemente de las
fuerzas causantes de la conducta. Es más, parece que se generan en sitios
diferentes del cerebro.
En 1965, Kornhuber y Deecke descubrieron lo que llamaron "Bereitschaftspotential",
al que en inglés se le ha llamado "readiness potencial" y en
castellano "potencial preparatorio", potencial negativo registrado
en corteza que comienza entre 500 y 1.000 ms antes de un movimiento "voluntario".
Pues bien, Benjamín Libet encontró que la impresión subjetiva
de la voluntad tenía lugar a 200 ms antes del movimiento, es decir, mucho
después del inicio de ese potencial. O sea, que la voluntad consciente
no parece iniciar el movimiento, sino que se encuentra entre los resultados
de esa iniciación.
A Libet le asustaron estos resultados porque significaban que el libre albedrío
es una ilusión, a pesar de nuestra impresión subjetiva de que
movemos los dedos con nuestra voluntad. Entonces, desarrolló una teoría
que venía a decir que entre los 200 ms, en los que tenía lugar
la voluntad consciente, y la realización del movimiento, el cerebro tendría
la posibilidad de impedirlo; es decir, algo así como el derecho al veto.
Pero esta teoría tiene un punto débil importante: si a un movimiento
voluntario le precede una actividad cerebral involuntaria, ¿por qué
no ocurre lo mismo con ese veto consciente de Libet?
Es posible que en el futuro estos experimentos se repitan o se reinterpreten,
pero por el momento se puede sacar una conclusión: que la voluntad es
una experiencia consciente que se deriva de la interpretación de la acción
como voluntariamente querida; pero tanto el pensamiento como la propia acción
parecen estar causados por algo distinto que, desde luego, es inconsciente.
En este contexto se ha acuñado la frase: "No hacemos lo que queremos,
sino que queremos lo que hacemos".
Si alguien piensa que estamos hablando de algo nuevo, lea esta frase de la "Ética"
de Spinoza: "Los hombres se equivocan si se creen libres; su opinión
está hecha de la consciencia de sus propias acciones y de la ignorancia
de las causas que las determinan. Su idea de libertad, por tanto, es simplemente
su ignorancia de las causas de sus acciones".
F. J. Rubia
Departamento de Fisiología
Facultad de Medicina
Instituto Pluridisciplinar
Universidad Complutense de Madrid
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